HidroAysén y su campaña del terror

Sorprende la gran torpeza con la que está operando HidroAysén. A muy poco andar, a la empresa le está ‘saliendo el tiro por la culata’ y se está granjeando la animadversión generalizada de la ciudadanía.

En el pasado, su vicepresidente ejecutivo, Daniel Fernández no ha trabajado en el sector eléctrico y, por lo tanto, no tiene un conocimiento profundo de la materia. Menos aún ha estado involucrado en la problemática medioambiental, de las cuencas hidrográficas y ecosistemas fluviales, y, por lo tanto, tampoco puede saber mucho sobre estos temas vitales, por muy exitoso que se supone haya sido como ejecutivo de grandes empresas. Sin embargo, hoy lidera el mayor proyecto hidroeléctrico de la historia de Chile, que causaría un daño irreversible a una macro-bioregión de un valor inestimable, la Patagonia chilena, a lo que se sumaría el gravísimo impacto que le causaría al 51% del territorio nacional la línea de transmisión más larga del mundo asociada a HidroAysén.

En otras palabras, al ejecutivo le ofrecen un sueldo millonario y él, a cambio, acepta poner todas sus habilidades comunicacionales y de lobby al servicio de Endesa y Colbún para tratar de imponerle el malhadado y faraónico proyecto al pueblo de Chile. Esto no puede ser calificado de otra forma que mercenarismo. Es imposible pensar que Fernández promueva el proyecto por estar convencido de sus bondades.

Ningún país inteligente, consciente de la situación socio-ambiental planetaria… ningún país democrático, con institucionalidades y legislaciones serias en los sectores de energía y medio ambiente, autorizaría hoy un proyecto tan de ‘capitalismo salvaje’ como el que trata de vendernos hoy Fernández, y con malas artes.

Efectivamente, la iniciativa publicitaria recientemente estrenada por la empresa, y ya repudiada por el público, es tan truculenta como engañosa. Es una verdadera campaña del terror que apela, de la peor manera, a la reacción visceral que tienen hoy las personas al visualizar el quedarse sin electricidad. Y claro, nuestra sociedad es totalmente ‘adicta’ a este insumo, sin el cual se apaga el refrigerador, la lavadora, la tele, la compu… Así, se pretende generar pánico.

¿Cómo llegamos a que estas empresas nos tengan cautivos y pretendan chantajearnos de manera alevosa? Esto no es nuevo. Conocemos estas tácticas desde los tiempos de la oposición a Pangue y Ralco en el Bío Bío. En momentos clave de esa refriega, incluso ocurrieron inexplicables apagones. ¿Qué pasó con el ‘servicio público’, en qué momento se nos metieron estos implacables intermediarios entre nosotros y la energía, que, en términos estrictos, provee el sol, gratuitamente, a toda la biósfera?

Desde los años ‘80 estamos escuchando el mismo canto de sirena: que si no duplicamos la potencia instalada cada 10 años nos vamos directo al apagón. Desde entonces, en la práctica, históricamente, es casi lo que ha ocurrido, y sin contratiempos críticos. Pero, el tema es que en esas décadas se dio inicio al desarrollo chilensis en base a una fase productiva primaria des-regulada -minería, plantaciones y pesca a destajo- con tasas de crecimiento del PIB muy elevadas.

Además, desde entonces, el sector eléctrico privado ha promovido la idea de que la tasa del crecimiento de la demanda debiera ser un 1% superior a la del PIB. Ahora las cosas han cambiado significativamente. La economía se ha desacelerado y ronda en torno al 3,5%; la demanda eléctrica se estancó desde 2007; y, hemos descubierto que es imperativo y posible desacoplar el crecimiento del PIB de la demanda energética. ¿Cómo? Por medio de la eficiencia, el ahorro y la conservación de la energía, así como de un manejo más profundo de la demanda, es decir, transitando a modelos de desarrollo significativamente menos energívoros, sustentados en la fase productiva terciaria: Producir inteligencia y servicios en vez de vender commodities y materias primas procesadas en forma primaria.

Más encima, dado que en Chile el negocio eléctrico es tan lucrativo estamos con una sobreoferta de proyectos de todo tipo. Afortunadamente, a los chilenos y chilenas estas burdas artimañas de HidroAysén no les infunden ya terror, sino rechazo, disgusto, y algo de risa… Es por esto que la encuesta IPSOS, de noviembre pasado, entrega un contundente 57,8% de rechazo a este proyecto a nivel nacional.

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